Las mujeres, desde que son niñas, están a la búsqueda y captura del llamado “Príncipe azul”. No hay más que leer los cuentos infantiles y ver que todas buscan al hermoso príncipe encantador, del que se enamoran nada más verle. Y así nos pasamos gran parte de nuestra vida, creyéndonos princesas que algún día encontrarán a su hombre perfecto. A su príncipe.
No conozco a ninguna mujer que en su niñez no se imaginara como Blancanieves o la Bella Durmiente. Al fin y al cabo, ¿por qué no? A todas nos gusta pensar que somos guapas y que un hombre maravilloso, guapo y atento se fijará en nosotras y nos hará felices. Pero la realidad es que, ni somos princesas de cuento, ni el hombre perfecto existe.
Cuando era adolescente muchas amigas me describían los rasgos que debía tener su príncipe azul. Yo era incapaz. Buscaba muchas cosas, y a la vez no buscaba ninguna. Todas queremos que nuestro príncipe sea guapo y atractivo, ¿pero es eso lo más importante? También queremos que nos haga reír y sea cariñoso, pero no será el primero que presenta una imagen de hombre seductor que te halaga con palabras y bromas, y al final te deja en la estacada. Buscamos entonces a un príncipe que nunca nos haga daño y que nos quiera. ¿Entonces en qué se diferencia de un simple amigo?
Buscar al príncipe azul es una tarea difícil, pero una vez aceptamos que el hombre perfecto no existe, podemos permitirnos volver a creer que somos una princesa que buscamos un príncipe. O bien que somos una dama medieval que ama a un caballero, un hombre bueno y con honor, como se refleja en este hermoso cuadro prerrafaelista.