Hace ya mucho que, mientras
duermo, no tengo uno de estos sueños llamados recurrentes. Se les llama así a
los sueños que noche tras noche nos hacen una visita, dejándonos con la
sensación de que eso ya lo hemos visto, pero sin poder salir del sueño.
Supuestamente, los sueños
recurrentes nos ayudan a entender que tenemos un problema que debemos
solucionar y, una vez solucionado, estos se van. Como los fantasmas, vamos. Pero,
¿qué tenía que decirme un sueño en el que una especie de comecocos hacían una
carrera, comiéndose dos líneas de puntos, una para cada uno? Uno de ellos iba
muy lento y el otro rapidísimo, los dos sin pausa y, sin embargo, el lento
ganaba siempre. Era similar al cuento de “La liebre y la tortuga”, con la
salvedad de que la liebre pierde por confiarse demasiado y, en mi sueño, los
dos comecocos avanzan sin parar.
Quizá me quería decir que daba
igual lo rápida o lenta que fuera en algunas tareas que al fin acabaría
llegando a la meta, o que se cumplía el dicho de “Vísteme despacio que tengo
mucha prisa”, en el que nos recuerda que las prisas no son buenas cuando
queremos hacer las cosas bien, y hay que tomarse las cosas con calma para que
salgan como deben salir.
El caso es que sea lo que sea,
este sueño de hace muchos años un día me abandonó, aunque a veces lo echo de
menos, ya que me acompañó durante mucho tiempo, aunque no siempre a intervalos
regulares.